
Katsushika Hokusai

Katsushika Hokusai nació en 1760 en Edo, actual Tokio, en el seno de una familia modesta pero ligada al mundo artesanal: su padre, Nakajima Ise, trabajaba como artesano para el taller del shōgun, especializado en la producción de espejos metálicos decorativos. Aunque Hokusai no fue reconocido oficialmente como hijo legítimo, su educación visual comenzó desde pequeño gracias a la influencia del taller paterno. Su madre, de quien se sabe poco, habría tenido un papel menos visible pero determinante en su crianza, marcada por una independencia precoz. Desde temprana edad, Hokusai demostró una inclinación por la xilografía, entrando como aprendiz en una imprenta y, más tarde, en el taller del maestro Katsukawa Shunshō, donde comenzó su verdadera formación artística.
Durante su larga vida, tuvo varias esposas y al menos cinco hijos, pero su relación más destacada fue con su hija Katsushika Ōi, también conocida como O-Ei, quien además de ser una artista consumada, fue su más cercana colaboradora en la vejez. Ōi heredó no solo su técnica, sino su espíritu inconforme, destacándose por sus representaciones femeninas y su dominio de la luz, aunque su talento permaneció a la sombra de su padre. Hokusai fue una figura clave del movimiento ukiyo-e, aunque expandió los límites del género integrando elementos del paisaje, la ciencia y la espiritualidad budista, especialmente en su célebre serie Treinta y seis vistas del monte Fuji.
Su arte influyó profundamente en los impresionistas europeos, particularmente en Claude Monet, Edgar Degas y Vincent van Gogh, quienes admiraban su composición dinámica y su trazo espontáneo. A nivel técnico, introdujo el uso innovador de la perspectiva occidental en el grabado japonés, revolucionando el concepto visual del espacio. La manera en que representaba la naturaleza como fuerza viva también resonó con los ideales del romanticismo europeo. A pesar de vivir en condiciones de pobreza gran parte de su vida, Hokusai cambió varias veces de nombre artístico (más de treinta), como si con cada uno de ellos renaciera su visión del mundo.
Más allá de las montañas, olas y dragones que poblaron su obra, Hokusai dejó una enseñanza radical: el arte no es solo lo que se ve, sino lo que se transforma a través del tiempo, la sangre y la voluntad.